Los ojos de una ciudad, son además de los de la gente, otros muchos símbolos , las piedras de las grandes iglesias, asi como las calles llenas de recuerdos, el olor de los bares de tu infancia, todo ello y mucho más , conforman los recuerdos de una ciudad, a veces nos olvidamos, que siempre quedan pequenas historias que no vemos , o que dejamos pasar.
Estos ojos anclados en la dura tierra de esta ciudad, de una ciudad cualquiera, tal vez esta, la nuestra, la que hemos acordado llamar Pamplona, son un ejemplo de esas pequeñas historias que rodean a las ciudades, por eso me gusta visitar a un árbol en particular, es el solitario guardián del foso. Es grande y frondoso, se encuentra a la entrada de la ciudadela, cobijando y observando la entrada trasera a ella, no la que mira a una calle vacía de humanidad, pero llena, de esa otra cosa que la humanidad produce y crea que es, la ciudad.
En cambio, la otra observa un paisaje muy diferente, un área arbolada, natural en cierta forma, un espacio libre dentro de la ciudad. Rodeandole se encuentran los duros y antiguos muros, defensa de la ciudad. Allí solo, plantado por alguien que hace mucho tiempo decidió plantarlo, justo en ese lugar y no en otros donde pasaría inadvertido, obligado a convertirse en la sombra del puente, en el corazon de la ciudad. Así el paso de los años lo ha convertido, en unos ojos nuevos de la ciudad, un elemento que cada día se levanta con la ciudad y se acuesta con ella, siempre mira, siempre atento de como camina la gente, de cuanta gente pasa... todo pasa ante sus ojos.
Creo que podría contarnos muchas historias, anécdotas que han pasado debajo de sus ramas, de su tronco, de ese tronco inclinado cerca de la muralla, vecino del puente de acceso a su cercana puerta, alli él plantado, solo, con nadie con quien conversar, de tal forma que no puede hacer otra cosa, mas que mirar a la ciudad, a la gente. Cada vez más interesado, ya desde que fue plantado allí, comenzó su interés por mirar algo que no fueran las piedras que tenía al lado, asi crecía y crecía, cada día más alto, más vigoroso, pero con más necesidad de ver de cerca , esa ciudad, que cada día cambia, por eso , por su deseo de formar parte de ella, se acercaba cada vez más a ella, poco a poco se fue curvando sus hojas, sus ramas y al final parte del tronco, se retorció junto a su corteza dura y áspera acercandose al puente con el deseo de poder tocar algun día la ciudad que siempre mira, que quiere, para poder sentirse no ya un siemple árbol decorativo de un parque, sino un caminante de los muchos que cruzan su vecino puente.
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